La identidad de Avellaneda...y sus dirigentes
Por Dante López Foresi - (Escrito para vecinos de Avellaneda, y también para "extranjeros")
(Diario EL VIGÍA)- Avellaneda tiene una memoria enclavada en sus más dulces recuerdos. Es una de las pocas ciudades que se jacta de su fortaleza cultural. A pesar de un pasado industrial tan poderoso, las muestras permanentes de expresiones culturales y educativas, nos distinguen del resto de las ciudades, que intentan atraer turistas mediante ideas fuerza más vinculadas con paisajes naturales o servicios de recreación, que con contenidos, historia y arte.
Podríamos detenernos unas pocas líneas en los motivos de este digno encierro social en sus límites creativos diciendo, por ejemplo, que aunque los habitantes de Avellaneda siempre supimos que el único turismo que podríamos seducir es el futbolístico de los fines de semana, se vislumbra actualmente un futuro distinto, incluso hasta en esa industria que significa ser centro de atracción de personas en vacaciones. La creación de la primera Torre de transmisión de TV-Digital gratuita del país, de más de 360 metros de altura, con restaurante y mirador incluidos, será un atractivo turístico indudable, como así también el proyecto Costa del Plata y la puesta en marcha de la Universidad Nacional de Avellaneda que, no por casualidad, estará dedicada a la enseñanza de carreras vinculadas con el arte y la comunicación. Un motivo que también nos parece clave en la notoria y activa identidad cultural, creemos que fue la crisis que terminó con las poderosas industrias locales. Las sociedades en crisis se refugian, generalmente, en la creatividad y el arte. Cuando las sociedades tocan fondo, suelen emerger obras de arte y rasgos culturales admirables. Y Avellaneda salió airosa luego de perder ese aroma tan característico que emergía de curtiembres que ya no existen.
Entonces, dos culturas contrapuestas, pero no por ello irreconciliables, conviven en nuestra ciudad: una relacionada con la evocación permanente de un pasado de grandeza. La otra, la de jóvenes que están construyendo desde cooperativas de trabajo, organizaciones sociales, universidades y ambiciones ideológicas de equidad, una ciudad que dentro de una década será no sólo mayor en cantidad de habitantes (lo que presupone un cambio edilicio y de estructura arquitectónica), sino también más rica en contenidos culturales, entendiendo siempre por cultura esa amalgama de valores y principios que construyen en conjunto abuelos, padres e hijos , y que dan a luz una tradición que permite que una sociedad sea única, irrepetible e incomparable con otras.
Tras este breve relato de lo que nos parece un diagnóstico de nuestra esencia, se nos ocurrió mirar hacia la dirigencia que debe conducir, acompañar y controlar este proceso de cambio que, casi imperceptiblemente para muchos, está ocurriendo en nuestra ciudad. En nuestra dirigencia política conviven también dos vertientes bien diferenciadas, pero en este caso dudamos que sean conciliables. Una de ellas, gracias a Dios mayoritaria, compuesta por concejales, funcionarios y dirigentes sociales o jóvenes que, sin importar qué ideología sostengan, creen firmemente en la militancia y en la capacidad de cambio de una sociedad. Funcionarios y concejales que entienden profundamente el valor de los símbolos para la construcción de la identidad social, y se animan, por ejemplo, a bautizar espacios públicos con nombres como el de Estela de Carlotto o del Padre Eliseo Morales. O a crear un Centro Cultural de excelencia donde antes había un mercado obsoleto. Son generalmente los mismos que hablan de rol protagónico y primordial del Estado (léase en nuestro caso, comunidad de vecinos) en la construcción de una realidad más igualitaria e inclusiva.
Organizaciones sociales que ofrecen a la comunidad espacios de arte y cultura para aglutinar voluntades y enriquecer espíritus. Cooperativistas y militantes sociales se esfuerzan para ofrecer cine gratis, jornadas de debate y distintos cursos para la comunidad. Es decir, herramientas para enriquecernos y ser mejores personas, preparándonos para construir una ciudad nueva. Del mismo modo lo hacen los jóvenes universitarios, juventudes políticas casi en su totalidad, los distintos productores artísticos y entidades culturales del distrito, escritores, periodistas, etc.
Pero así como toda regla tiene su excepción grosera, frente a este tipo de dirigentes políticos y sociales que queremos reconocer en este espacio, nos encontramos con políticos, funcionarios y, sobre todo, concejales, que aman sin dudas a Avellaneda, pero porque es una ciudad que les permitió conseguir un trabajo como "representantes del pueblo", cuando en lo personal carecen absolutamente de talento alguno para subsistir en la vida privada.
Independientemente de juicios y valoraciones personales que no nos sentimos en condición ni nos arrogamos autoridad alguna para hacerlo, nos resulta extraño que precisamente en la "ciudad de la cultura", en la Avellaneda de las dos Universidades, en la Avellaneda de Gente de Arte y Casa de la Cultura, en la Avellaneda de las escuelas públicas quizás más reconocidas de la provincia, en la ciudad maestra de docentes, en la Avellaneda de esa juventud pujante y de esos artistas maravillosos, en la Avellaneda de los Teatros Roma y Colonial y en la ciudad donde conviven las anécdotas profundas y emocionantes de nuestros viejos y los proyectos ambiciosos y nobles de nuestros jóvenes, haya dirigentes que cometen faltas de ortografía hasta cuando hablan. Dirigentes de una precariedad y un primitivismo que espantan. Representantes políticos que llegaron a la función pública colgados de una lista sábana, y que estamos convencidos de que no resistirían un examen de ingreso a cualquier instituto de enseñanza del idioma castellano. Y menos una pericia psiquiátrica.
No intentan, siquiera, comprender el momento histórico que vivimos como ciudad. No llegan a comprender que Avellaneda no es más "una ciudad del conurbano", sino una ciudad "que queda en Latinoamérica". Ni que hablar de sus formas, modos, lenguajes y los fundamentales símbolos que los caracterizan.
Los sectores históricamente más conservadores y reaccionarios de nuestro país, aún sostienen la necesidad de "educar al soberano", subestimando arteramente la capacidad de los argentinos para emerger por sí mismos. A la luz de la calidad de dirigentes que representan a determinadas fuerzas políticas, sobre todo, nos parece fundamental "instruir al dirigente". Y la sociedad tiene un único modo de lograrlo: no votándolos.
Si consideramos y coincidimos en que el Estado debe ser el protagonista de la conducción de este proceso histórico que nos involucra, no cualquiera puede ser dirigente en el Estado. Durante la década de los noventa y en pleno endiosamiento de "lo privado", se nos decía que debíamos capacitarnos si es que queríamos sobrevivir en un mundo que crecería vertiginosamente. Exijamos, entonces, que quien pretenda acceder a la función pública deba, al menos, capacitarse permanentemente y entender que cada vez que actúa, nos representa. Es decir, que por lo menos sienta un mínimo grado de vergüenza, que es el primer paso hacia la autosuperación y el respeto por quienes lo eligieron.
A no confundir: nadie pide un gobierno de "cultos" o de "elite". Eso nos llevaría a un atraso histórico abismal. Pero, por lo expuesto brevemente en esta nota, las épocas que se avecinan no son para arribistas, punteros o improvisados. Nunca olvidemos que las personas que votamos, son una extensión de nosotros mismos y hasta su estilo de comportamiento nos debe representar y enorgullecer. Sólo alentamos la elección de dirigentes que estén a la altura de nuestra Avellaneda con un pasado industrial poderoso, un presente cultural que nos dignifica y un futuro continental colmado de esperanzas genuinas y certezas de que, en nuestro caso, todo tiempo que viene será mejor.
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